El silencio del amor: deseo, pregunta y saber de sí
En-claves del pensamiento
Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, División de Humanidades y Ciencias SocialesEl artículo se propone indagar filosóficamente la afirmación
En el primer verso de
Y con el asombro que siempre produce descubrirse a uno mismo en el decir del poeta, surge temerosamente la duda en un alma filosófica: si el deseo amoroso se nos presenta como una pregunta, y una pregunta sin respuesta
Sin embargo, el tono del verso no nos hace sentir esa
En este sentido, vamos a disertar sobre la naturaleza de este deseo-pregunta, que no se disuelve como una duda sin solución y que confiesa una respuesta ausente. Para ello, además de la luz de los versos del poeta, será Platón quien nos brinde argumentos para pensar nuevamente el ímpetu de un deseo que cuestiona, de una pregunta que se impulsa con Eros para iniciar diálogos que interrogan al alma humana y buscan el saber.

			El silencio del amor, el que sin respuesta no renuncia al deseo, se revela un espacio privilegiado de la reflexión de sí.

		El verso citado, con el que inicia el poema, es complejo y denso: el deseo es la pregunta y la pregunta
En este sentido, recordamos a Gadamer cuando sostiene, a partir de la lógica dialéctica de los griegos, que el inicio de todo diálogo, la motivación que reposa tras cualquier enunciado, es siempre una pregunta. No un juicio, una pregunta.

		

		

			

				

				Hans-Georg Gadamer, «¿Qué es la verdad?» en
Y ese deseo del que habla Cernuda, el deseo que es una pregunta, también es el del amante, el que se aproxima buscando el alivio de la respuesta que nos confiesa inexistente. En esa atmósfera que recrea el poeta, en la que el amor interroga, recordamos precisamente que hacer una pregunta es un movimiento erótico;

		

		

			

				

				Cfr.
Escribe el poeta:

			Esto ya nos revela la situación del amante sin respuesta; y que el amor no aspira a la ilusión de un complemento, como lo soñamos desde la antigüedad, al hallazgo de lo necesario que porte el amado para compartir la vida. O como bellamente lo llama el Aristófanes platónico, al
Así, si el amante se ha revelado su propio misterio, si da inicio a ese diálogo que se exige desde sí mismo, ha de orientarse inevitablemente desde el deseo y seguir el paso hacia sus propios secretos. Si el deseo es la pregunta, el adalid de ese diálogo, hay que indagar sus caminos, explorar sus rutas, que son una develación de las nuestras, quizá no tan sabidas y por eso exigidas si atendemos al mandato apolíneo que nos llama a saber de nosotros mismos. El deseo del amor puede domesticarse, moderarse, hasta embellecerse en su temor, como lo narra Platón,

		

		

			

				

				Cfr.
Esa potencia del deseo suele traer consigo, como lo leemos en el
Todos sabemos que ir a Delfos, preguntar a la Pitia, consultar el oráculo, ha sido siempre un tránsito hacia nosotros mismos: en ningún otro lugar ha estado esperándonos la respuesta. Y un poco como la visita al oráculo, amar al otro ha sido siempre un 'mirarse al espejo' y recibirse a uno mismo desde el amado.

		

		

			

				

				Cfr.
La portadora de la sabiduría amorosa desde la antigüedad, Diotima de Mantinea, ha definido el amor como deseo de poseer siempre lo amado, es decir, el bien.

		

		

			

				

				Cfr.
Pero el deseo, como la pregunta,
Así termina advirtiéndonos el poema de Cernuda.

			Con todo, y a partir de lo dicho, retomemos un viejo cuestionamiento: ¿cómo se desea lo que no se conoce? Planteado en clave socrática: ¿cómo se hace una pregunta sin saber absolutamente nada de lo que se pregunta?

		

		

			

				

				Cfr.
Por otro lado, si estuviésemos considerando un deseo por mucho tiempo desconocido, entonces quizá nos sorprenderíamos ante el hallazgo de lo que no sabíamos que deseábamos. Aunque, en realidad, eso no aliviaría el lamento del poeta, pues ese deseo se descubriría pregunta y quedaría de nuevo extraviado y sin respuesta. Por tanto, reconozcamos, también, que el deseo ha de tener pistas, sospechas, intuiciones de lo deseado y que no puede haber un absoluto desencuentro entre el deseo y lo deseado. Son precisamente esas sospechas, esos rastros, los que nos orientan hacia los refugios silenciosos de lo que añora el deseo. 
		 
		 
			 
				 
				Mencionar la sospecha del deseo, y este sentido del amor, convoca un magnífico comentario de Ortega y Gasset contra ciertas versiones psicológicas del amor, que hacen descansar sus causas fundamentalmente en el azar o en contingencias mecánicas de la vida. Versiones defensoras de la elección libre que se desentienden de las fuerzas internas del carácter del amante. Escribe Ortega: 'Por ejemplo: no es raro que la joven burguesita madrileña se enamore de un hombre por cierta soltura y como audacia que rezuma su persona. Siempre está sobre las circunstancias, presto a resolverlas con una frescura y un dominio que maravillan y que proceden, en definitiva, de una absoluta falta de respeto a todo lo divino y lo humano […] La muchacha se enamora, pues, del calavera antes de que ejecute sus calaveradas. Poco después, el marido le empeña las joyas y la abandona. Las personas amigas consuelan a la damita sin ventura por su 'equivocación'; pero en el último fondo de su conciencia sabe ésta muy bien que no hubo tal, que una sospecha de tales posibilidades sintió desde el principio, y que esa sospecha era un ingrediente de su amor, lo que 'sabía' mejor en aquel hombre››, José Ortega y Gasset, Estudios sobre el amor (Barcelona: Óptima, 1999), 160-161. Ortega acusa de arbitrariedad a los que asumen que esta versión de las cosas supondría el camino a la felicidad, pues dan por sentado que si se ama al que refleja 'nuestro íntimo modo de ser, no sería tan infrecuente la infelicidad…'. Ibid., 159. Hacer esa suposición no es sólo una arbitrariedad, sino una lectura muy ingenua del argumento y del amor, ausente de toda mirada interior, como también ocurre con el Aristófanes platónico ya mencionado. En efecto, el reencuentro entre symbola, entre mitades 'verdadera' e idénticas, provocado por los auxilios de Eros, como lo narra su mito, aspira justamente al fin del dolor y al hallazgo definitivo de la felicidad. Es Diotima quien muestra el absurdo de suponer que amar lo semejante, lo igual, a menos que sea agathon on, 'realmente bueno', constituya alguna felicidad. No podemos asumir acríticamente que somos tan bellos y buenos como para ser felices amando al 'semejante'. El argumento de Ortega nada tiene qué ver con felicidades últimas; tiene que ver con la sospecha del auténtico deseo amoroso. Por tanto: 'Seamos, pues, parcos en acudir a la idea de la 'equivocación' siempre que se intenta aclarar el drama frecuente del erotismo'. Ibid., 161. En efecto, ¿cuándo se equivoca el deseo amoroso? El que no hayamos sido 'felices' no lo convierte en 'equivocación'. Es preciso distinguir la equivocación de la experiencia del autoengaño. Sobre las mencionadas versiones del amor en el Banquete, cfr. Lorena Rojas Parma, De amore: Diotima y Aristófanes en el Banquete, de Platón (New York: Burning Books, 2017), caps. 1-2. 
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			Junto a esto, el deseo como pregunta debe considerar lo que Martha Nussbaum señala en la primera línea de
Ese autoengaño es, sin duda, una experiencia muy compleja en el amor, ante la que Cernuda, sin embargo, se sabe protegido: en su profunda confesión no hay autoengaño. Hay una honestidad devastadora que, contra cualquier artificio o argumento elaborado, se mantiene sin trampas en el lugar fronterizo del deseo que no halla su respuesta, y que se asume sin cobardía como un interrogante. Quizá no todos seamos tan honestos como el poeta, con nosotros mismos o con lo amado; quizá algunas veces prefiramos el autoengaño, antes de vernos la piel y el alma como un deseo atrapado en su propio movimiento, sin solución y preso de lo no hallado. Pero, al menos, hagamos el intento de hacer la pregunta y de obedecer, con la honestidad de que seamos capaces, al imperativo 'mírate a ti mismo' que no deja de resonar en todas nuestras búsquedas.

			En este sentido, Nussbaum plantea lo siguiente:

			¿Qué versiones sobre el estado de nuestro corazón son las confiables y cuáles son las ficciones con las que nos auto-engañamos? En medio de esta pluralidad de voces discordantes con las que nos interrogamos en este asunto de perenne interés, descubrimos que nos estamos preguntando dónde encontrar el criterio de verdad.

		

		

			

				

				Nussbaum, 'El conocimiento del amor', 169. 'Tortuoso es el corazón sobre todo / y perverso. ¿Quién puede conocerle?', Jeremías,
Nos estamos interrogando, ahora, a través del deseo; él es, de hecho, la pregunta. Y las voces discordantes quizá sean las que lo confunden o lo opacan, y que forjan esas ficciones del autoengaño. Quizá haya un reconocimiento del deseo y su cuestionamiento, pero una respuesta ficticia y engañosa que, finalmente, nos abandone en su
Así, en la misma pregunta ya se implica ese 'criterio', pues desde ese pre-saber, desde la sospecha, desde el lugar intermedio que ocupa una auténtica pregunta -y un auténtico deseo- se orienta la búsqueda, como ocurre con toda investigación.

		

		

			

				

				En efecto: 'Ningún punto de partida es enteramente neutro. Ninguna forma de emprender la búsqueda, de plantear la pregunta, puede evitar que se insinúe, en uno u otro modo, cuál es la respuesta. Las preguntas organizan las cosas de una forma o de otra, nos dicen qué incluir y qué debemos buscar. Cualquier procedimiento implica una o varias concepciones de cómo llegamos al conocimiento de algo, de en qué aspectos de nosotros mismos podemos confiar', Martha Nussbaum, 'Introducción: forma y contenido, filosofía y literatura', en
Nussbaum sostiene, como vimos, que diversas y poderosas son las fuerzas del autoengaño, y podríamos nombrar algunas otras, como el miedo a la soledad o la aspiración a vivir una relación formal y reconocida. Esas fuerzas del autoengaño nos recuerdan, también, unas palabras de Voltaire que denuncian un poco lo mismo: 'se llama falsamente amor al capricho de algunos días, a una relación ligera, a un sentimiento al que no acompaña el aprecio, a una costumbre fría, a una fantasía novelesca, a un gusto al que sigue un rápido disgusto, en una palabra, se da ese nombre a una multitud de quimeras'.

		

		

			

				

				Voltaire,
Finalmente, desde los vínculos de Eros con el saber enfrentamos una confesión de respuesta inexistente. Si el deseo aspira a la certeza, a la estabilidad, y no podemos escapar a nuestra finitud, tendremos que reconocer que sólo contamos con la fugacidad de la experiencia para 'responder' lo que, inevitablemente, nos devuelve a la pregunta y a la inquietud del deseo. Esa inexistencia que nombra el poeta, como lo podemos intuir desde Diotima, parece tal por no poder hallar el alivio sereno y estable del corazón angustiado del amante. El deseo es movimiento y desea esa serenidad de la que carece. Eros, el deseo del amor, la pregunta de sí, no encuentra amparo en la fragilidad, en lo pasajero, en lo que deviene. La respuesta que se añora no es como ese cielo que embellece un mundo que ni siquiera existe. El deseo quiere poseer, siempre, lo que ama; sin embargo, no logra abandonar el desasosiego y la inquietud.

		

		

			

				

				'Nuestro poco valor procede de nuestra condición mortal: somos cambio y nos resistimos a los cambios de la pasión; aspiramos a la eternidad y un instante de amor nos destruye, Paz,
La voz del poeta se lamenta. Y la inquietud del deseo que pregunta la sentimos hecha cuerpo, en las andanzas mismas del amor. Pero éstas ni en la satisfacción que brindan, difuminan o disimulan la pregunta, no la 'responden', porque allí no reposa ninguna respuesta. El deseo estremecido por su interpelación, es la misma angustia que se hace pregunta encarnada. Es el deseo que aspira poseer la respuesta de la que carece. Esa que se anhela serena y estable y que, desde alguna profundidad del corazón, también se sospecha.

			Escribe Cernuda:

			El amante ya no mira al amado, no se mira a sí mismo,
Por el mismo Platón sabemos cómo la conmoción del cuerpo, ocasionada por el deseo erótico, ocurre en sintonía con la experiencia del alma; cómo su inquietud se conjuga con los procesos de conocimiento que se desatan con el amor.

		

		

			

				

				Cfr.
La confesión del poeta desafía al amor y su viejo ímpetu de saber, de preguntar y de encontrar; acaso porque ahora también enfrentamos el cuerpo amado -y el propio- con sus misterios, expresando el sentir angustioso de la pregunta. Quizá hemos querido olvidar -o evadir- que el otro puede ser opaco, afligido de su propia pregunta y que nadie nos espera pacientemente con su consuelo; que hemos de respirar y caminar en soledad y en silencio nuestra inquietud. Ese olvido, esa evasión, guarda vestigios de la antigua versión erótica de la esperanza del amado como lo que nos restituye, nos complementa o nos da sentido.

		

		

			

				

				Cfr.
Y si ese amante sólo recibe el silencio del espejo -su propio silencio-, entonces se abandona en la compleja y honda verdad que hallamos en Cernuda: el amado es el semejante, el
Es interesante que Cernuda hable de la angustia que se abre camino desde sus huesos, remontando venas, abriendo la piel, aludiendo, así, al cuerpo y su dolor. Estamos, en efecto, ante una pregunta encarnada, que no puede despojar al cuerpo del deseo.

		

		

			

				

				Cfr.
Cernuda nos recuerda que el amor también es infranqueable y solitario. Que el amante, desde ese lugar de no hallarse, quizá deba permanecer intermedio, con la vida posesa por el
Comenzamos estas líneas aludiendo al argumento de la posible disolución del deseo como pregunta: si definitivamente no hay respuesta, entonces no hay pregunta. Sin embargo, la experiencia del amante no ha sido la disolución del deseo. El saberse deseo sin respuesta no lo ha llevado por los caminos serenos de la iluminación, del iniciado platónico del
Por tanto, el deseo guarda sus pistas, indicios, presentimientos; desde su carencia sospecha, desde su movimiento aspira a algo distinto de sí mismo, a algo que no posee, cuyos trazos, sin embargo, no pueden serle extraños. Y ante la opacidad del amado, ante el espejo que sólo refleja la pregunta, el amante se mantiene en el vilo tenso del amor. Pues si el deseo se suspendiera, se diluyera, dejaría de existir, también, el amante. Ni Buda ni Zenón de Citio son, por supuesto, perfiles del amante angustiado. Y Cernuda, a pesar de su confesión de respuesta inexistente, no destierra el deseo ni el amor ni la esperanza. Hace de la vida del amante la del interludio, la que se tensa con lo intuido, lo entrevisto, lo que quiere ser reconocido, pero que aún no ocurre, aún no existe. Sólo si nuestro corazón de amantes sintiese el fracaso absoluto de la búsqueda, sobrevendría la destrucción del deseo, el apaciguamiento de Eros, el cese de la pregunta; si nuestro corazón realmente sintiese el fracaso de la búsqueda, el hastío del no encontrar, podríamos decir, finalmente, con el
Pero el corazón del amante no se apacigua, no se vacía, pues aún desea, pregunta y espera. Y cuando hablamos de la respuesta no hallada del deseo, tras los diálogos que recorren pacientemente nuestra intimidad, hablamos de una experiencia profunda y compleja: se trata de no haber hallado lo definitivo, lo estable, lo que es pleno en su reposo; pero se trata también del proceso de la búsqueda, de lo que ha sido examinado, de lo dejado atrás, de lo que desgarramos de nosotros como una
Ahora bien, si el hallazgo al que aspira el deseo ocurriese, es evidente que ya no habría algo más qué preguntar o qué desear. Un cierto detenerse también ocurriría. En este sentido, podemos recordar de nuevo a Sócrates, ahora cuando dialoga con Critón sobre lo justo, mientras evalúa su propuesta de fuga de la cárcel.

		

		

			

				

				Cfr.
Y como estamos hablando de deseo, seguimos en los predios de Eros, pues el hombre atravesado de deseo,
La pregunta, el deseo, la mirada de sí expresan el Eros que se impulsa hacia el saber. Nos susurran a Sócrates cuando investiga, con su alma removida, con sus fuerzas excitadas; pues la pregunta que cuestiona la vida y a sí mismo, es pregunta del amante. Con un ensalmo (
Ese es un estado intermedio del hombre, el del narcótico del ensalmo,

		

		

			

				

				‹‹Estos ensalmos son los bellos discursos››,
Hablamos del amante. Y 'si el amor es un componente necesario del ser de los mortales, entonces en la medida en que el mortal exista, existirá como amante'.

		

		

			

				

				Cfr. Marí,
Por eso
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Luis Cernuda,
Ludwig Wittgenstein,
Ludwig Wittgenstein,
Cfr. Nagaryuna,
Cfr. 'Diálogos relativos a la naturaleza de la extinción', en André Bareau,
La alusión extrema al argumento del vacío, permite hacer el contraste con la fuerza creativa del deseo. A propósito de esto, escribe Paz en su bello artículo sobre Cernuda: '[…] si el deseo es real, la realidad es irreal. El deseo vuelve real lo imaginario, irreal la realidad. El ser entero del hombre es el teatro de esta continua metamorfosis; en su cuerpo y su alma deseo y realidad se interpenetran y se cambian, se unen y separan. El deseo puebla al mundo de imágenes y, simultáneamente, deshabita la realidad›', Octavio Paz, Cuadrivium (México: Joaquín Mortiz, S. A., 1976), 190.

			Cfr.
Hans-Georg Gadamer, «¿Qué es la verdad?» en
Cfr.
Cfr.
Cfr.
Cfr.
Cfr.
Cfr.
Son pasajes maravillosos en los que Sócrates, en el gimnasio, tras un 'acuerdo' con Critias, admite ser médico (
Cfr.
Cfr.
Cfr.
Cfr.
Cfr.
Cfr.
Cfr.
Cfr.
Así como el ojo, que tampoco puede verse a sí mismo sin el reflejo que recibe del ojo ajeno, cfr.
Cfr.
Ni el conjunto alma y cuerpo, cfr.
Con la consideración del cuerpo, el espejo que refleja al amante se torna ahora más complejo, menos luminoso, por así decirlo, pues su 'semejante' no es sólo la parte del alma que acoge la razón y la inteligencia: también lo sensible del amado, con sus finitudes y misterios, se hace espejo. El poeta habla del deseo que pregunta, así, en términos, digamos, epistemológicos; donde se activa, más al modo del
Cfr.
Cfr.
Cfr.
Cfr.
Cfr.
Cfr.
Cfr.
Cfr.
Mencionar la sospecha del deseo, y este sentido del amor, convoca un magnífico comentario de Ortega y Gasset contra ciertas versiones psicológicas del amor, que hacen descansar sus causas fundamentalmente en el azar o en contingencias mecánicas de la vida. Versiones defensoras de la elección libre que se desentienden de las fuerzas internas del carácter del amante. Escribe Ortega: 'Por ejemplo: no es raro que la joven burguesita madrileña se enamore de un hombre por cierta soltura y como audacia que rezuma su persona. Siempre está sobre las circunstancias, presto a resolverlas con una frescura y un dominio que maravillan y que proceden, en definitiva, de una absoluta falta de respeto a todo lo divino y lo humano […] La muchacha se enamora, pues, del calavera antes de que ejecute sus calaveradas. Poco después, el marido le empeña las joyas y la abandona. Las personas amigas consuelan a la damita sin ventura por su 'equivocación'; pero en el último fondo de su conciencia sabe ésta muy bien que no hubo tal, que una sospecha de tales posibilidades sintió desde el principio, y que esa sospecha era un ingrediente de su amor, lo que 'sabía' mejor en aquel hombre››, José Ortega y Gasset, Estudios sobre el amor (Barcelona: Óptima, 1999), 160-161. Ortega acusa de arbitrariedad a los que asumen que esta versión de las cosas supondría el camino a la felicidad, pues dan por sentado que si se ama al que refleja 'nuestro íntimo modo de ser, no sería tan infrecuente la infelicidad…'. Ibid., 159. Hacer esa suposición no es sólo una arbitrariedad, sino una lectura muy ingenua del argumento y del amor, ausente de toda mirada interior, como también ocurre con el Aristófanes platónico ya mencionado. En efecto, el reencuentro entre symbola, entre mitades 'verdadera' e idénticas, provocado por los auxilios de Eros, como lo narra su mito, aspira justamente al fin del dolor y al hallazgo definitivo de la felicidad. Es Diotima quien muestra el absurdo de suponer que amar lo semejante, lo igual, a menos que sea agathon on, 'realmente bueno', constituya alguna felicidad. No podemos asumir acríticamente que somos tan bellos y buenos como para ser felices amando al 'semejante'. El argumento de Ortega nada tiene qué ver con felicidades últimas; tiene que ver con la sospecha del auténtico deseo amoroso. Por tanto: 'Seamos, pues, parcos en acudir a la idea de la 'equivocación' siempre que se intenta aclarar el drama frecuente del erotismo'. Ibid., 161. En efecto, ¿cuándo se equivoca el deseo amoroso? El que no hayamos sido 'felices' no lo convierte en 'equivocación'. Es preciso distinguir la equivocación de la experiencia del autoengaño. Sobre las mencionadas versiones del amor en el Banquete, cfr. Lorena Rojas Parma, De amore: Diotima y Aristófanes en el Banquete, de Platón (New York: Burning Books, 2017), caps. 1-2.

			Martha Nussbaum, 'El conocimiento del amor',
Cfr.
El autoengaño es una experiencia distinta de la presunta 'equivocación' que señala Ortega. Esa 'equivocación', como le ocurre a la burguesita madrileña con su calavera, responde al ímpetu y sospecha de su deseo; mientras que el autoengaño implica el desconocimiento —o encubrimiento— de sí y de ese auténtico deseo. Así, por ejemplo, podemos pensar en la misma burguesita deseando casarse con su prometido,
Cfr.
Nussbaum, 'El conocimiento del amor', 169. 'Tortuoso es el corazón sobre todo / y perverso. ¿Quién puede conocerle?', Jeremías,
Nussbaum, 'El conocimiento del amor', 169.

			En efecto: 'Ningún punto de partida es enteramente neutro. Ninguna forma de emprender la búsqueda, de plantear la pregunta, puede evitar que se insinúe, en uno u otro modo, cuál es la respuesta. Las preguntas organizan las cosas de una forma o de otra, nos dicen qué incluir y qué debemos buscar. Cualquier procedimiento implica una o varias concepciones de cómo llegamos al conocimiento de algo, de en qué aspectos de nosotros mismos podemos confiar', Martha Nussbaum, 'Introducción: forma y contenido, filosofía y literatura', en
Rosalía de Castro, 'Ansia que ardiente crece', en Jorge Montagut (comp.):
Voltaire,
Cfr.
'Nuestro poco valor procede de nuestra condición mortal: somos cambio y nos resistimos a los cambios de la pasión; aspiramos a la eternidad y un instante de amor nos destruye, Paz,
Cfr.
Cfr.
Recordamos un verso de
Cfr.
Cfr.
'El cuerpo es surtidor de energía, una fuente de 'materia psíquica' o
'-¿Quiénes son, Diotima, entonces —dije yo— los que aman la sabiduría, si no son ni los sabios ni los ignorantes? –Hasta para un niño es ya evidente —dijo— que son los que están en medio de estos dos [hoti hoi metaxu touton amphoteron], entre los cuales estará también Eros. La sabiduría, en efecto, es una de las cosas más bellas y Eros es amor de lo bello [Eros d' estin eros peri to kalon], de modo que Eros es necesariamente amante de la sabiduría [hoste anakaion Erota philosophon einai], y por ser amante de la sabiduría está, por tanto, en medio del sabio y del ignorante [metaxu einai sophou kai amathous]››, Banquete, 204a-b. Mantengo la trad. de Manuel. Martínez (Madrid: Gredos, 1986). 'Cernuda es un poeta solitario y para solitarios›'. Paz, Cuadrivium, 189.

			La experiencia socrática y filosófica por excelencia.

			Cfr.
Cfr.
Cfr. J. Libis,
Cfr.
Cfr.
A menos que lo consideremos como Johannes, cuando escribe a Cordelia: '¿Se puede desear algo, una cosa, en el mismo momento en que se la posee? Sí, porque se piensa que se podría perder un instante después'. Søren Kierkegaard,
Cfr.
Cfr.
'El
‹‹Estos ensalmos son los bellos discursos››,
Cfr. Marí,